jueves, 25 de septiembre de 2008

El Bichi Fuertes y Sand, la literatura vieja y la literatura nueva


El martes 16 de septiembre jugaron en Santa Fe Colón y Lanús. El 9 de Colón fue el Bichi Fuertes, 35 pirulos, entre un técnico burro como Falcioni que no lo ponía, la transferencia a la Católica de Chile y una rotura de ligamentos, hacía 2 años que no jugaba de titular en Colón. Como los vinos añejos, el Bichi volvió y se puso el traje de héroe, hizo un gol, propició los otros dos y se fue de la cancha abrazado por una idolatría que se ganó a través de 81 goles y una fidelidad sin renuncios a la rojiné. Del otro lado Sand, un delantero inexpresivo hasta que Colón le dio la oportunidad en primera (en River le decían “casi gol” Sand). Él también hizo un gol, y se lo gritó a la hinchada de su ex – equipo con una ferocidad de loco, después explicaría que lo había hecho a causa de los insultos que recibía cada vez que tocaba la pelota, acusándolo de traidor por no haberse quedado en Colón cuando se venció su préstamo. Hasta ahí todo bien, es cierto que el tipo no fue culpable de que Colón no tuviera la plata para comprar su pase y también es cierto que goles suyos en las últimas fechas del Clausura 07, ayudaron a que Colón no se fuera a la “B”, pero después dijo cosas como: “la gente no entiende nada”, “yo laburo de esto”, “Lanús puso la guita”, “en la calle me tratan bien y acá me putean”, “¿por qué no lo putean al presidente de Colón que no puso la mosca para comprarme?”, “cuando Colón peleaba el descenso yo no me escapé como hicieron otros”, etc., etc.
Varias cosas: a) la gente a la que Sand refiere entiende de sentimientos futboleros, no de plata, el que no entiende nada es él, y un jugador profesional “que labura de esto” es lo primero que debiera entender, b) cuando muchos lo insultaron la primera vez que jugó en el Cementerio después que pasó a Lanús, mucha gente de Colón lo defendió, ¿no serán estos quienes lo tratan bien en la calle?; sin embargo, Sand también descargó con ellos su “venganza” gritándoles el gol con furia de descerebrado, c) ¿por qué la gente de Colón debiera insultar al presidente?, ¿por no comprometer el patrimonio del club gastando un dinero que no tenía?, d) ¿a quién se refiere cuando dice “yo no me escapé como hicieron otros”?, ¿al Bichi?, el Bichi se fue a la Católica para no pelearse con Falcioni que ya ni en el banco lo ponía, si se refiere al Bichi la neurona de Sand tiene un comportamiento imperdonable.
Llego así al punto: la descalificación del otro como instrumento para ensalzar lo propio. Sucede en muchos ámbitos, en el de laburo ni hablar, motorizado por envidias, inseguridades, miedos y otras pobrezas, he visto a lo largo del tiempo, con pocas y magníficas excepciones que tengo la suerte de disfrutar, como subalternos, iguales y superiores traicionan por igual afectos y confianzas con la espantosa miserabilidad de la descalificación al pedo. Pero no eran objeto de esta entrada estos patéticos personajes con los que no hay más remedio que convivir para ganarse la vida, lo que me interesa es el uso de la descalificación en la literatura, y no hablo de los escritores porque no me consta, hablo de lectores y/o críticos aficionados a determinada corriente. Sin llegar a la virulencia de Florida - Boedo, noto que de manera creciente, ciertos seguidores de Aira, Pauls, Llach, Casas, Kohan, Link, etc. descalifican de plano toda expresión que provenga de autores anteriores a la década del 70 (al menos me pasa con una buena parte de tipos con los que tengo oportunidad de hablar); sin demasiado fundamento crítico, la frase predilecta es: “se ve viejo, huele a viejo, suena a viejo, es viejo”. Del otro lado el panorama no es mejor, los “castillistas”, como dice un amigo mío, cultores de Borges, Cortázar, Bioy, Castillo, Artl, Onetti, Saer, Di Benedetto, etc., dicen (y otra vez, igual que con los “airistas”, aclaro que me refiero a un gran porcentaje de gente con la que YO converso de literatura, puede ser que tenga la mala suerte de conocer sólo a los “descalificadores”) que la literatura actual es un fenómeno no sustentable artísticamente, que como las corrientes o las modas está condenada a una inexorable desaparición.
Perogrullo dixit: hay literatura buena y literatura mala, no literatura vieja y literatura nueva; he nombrado, de ambos “bandos”, a muchos de los que he leído, textos mejores y peores, pero, y sin mencionar mi ranking, todos le han dado buenos momentos a mi gusto, descalificar a unos en pro de ensalzar a otros, me parece una soberana pelotudez, hay más de un estilo, más de un lenguaje, más de un punto de vista, que uno u otro nos haga sentir más cómodos, que nos resulte más “palatable” uno que otro, no significa absolutamente nada en tren de valorar una obra.
Estoy leyendo “El pasado” de Alan Pauls y los cuentos de Dalmiro Sáenz de “Setenta veces siete”. Siguen pedacitos de cada uno, elegidos al más puro azar:
“…los vio forcejear con el viento y las cerraduras, hasta que la cámara, moviéndose un poco, cruzó delante de un inmenso afiche rojo y negro, la combinación preferida de Riltse, y luego se detuvo un segundo junto a la entrada, donde una mujer de piloto amarillo, completamente empapada, a pesar del paraguas que sostenía en una mano, miraba a uno y otro lado con aire esperanzado y una sonrisa desencajada. Ésa que está ahí, la que se ríe en este momento, y apoya la palma de la mano sobre su cadera como si acariciara el anca de un animal herido; ésa que mira a los hombres desde el extremo del salón grande, sabiendo que en cualquier momento alguno de ellos le hará una seña con la cabeza y que juntos se introducirán en uno de los cuartos del prostíbulo…”
A propósito no separé uno de otro; los dos fragmentos son de alta intensidad en el texto al que pertenecen, y puestos así, uno a continuación del otro, ¿muestran alguna otra cosa que a dos buenos escritores?
Nuevo y viejo, déjense de joder.
Ah, y aguante el Bichi.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Hay unos viejos en la vidriera (*)

Eufemísticamente llamados hogares de la tercera edad o casas de reposo para la ancianidad, muchos de los depósitos de viejos que plagan Buenos Aires, en determinadas horas suelen instalar a sus pensionistas en una habitación cuya ventana —en general lo suficientemente grande para poder otear el interior sin esfuerzo— da a la calle.
Entonces el ocasional peatón (a quien tal vez le rondan entre sus preocupaciones qué cuernos será de su vida el día que no controle sus esfínteres, ya no pueda vivir solo o simplemente joda) tiene la oportunidad de ver lo bien que lo atenderían en ese sitio, viendo a los viejitos con sus miradas lánguidas, opacas y perdidas, posar sus ojos en cualquier lado menos en el único televisor del cuarto, un, eso sí, 26 pulgadas al menos, que les proyecta un programa de cumbia villera o un capítulo de dibujos animados de las Chicas Superpoderosas, como si supiera la enfermera que sintonizó el aparato, que total nadie está ahí como para mirar la tele.
Una mirada ligera podría devolver la sensación de que los ancianos tienen un entretenimiento en esa ventana a la calle, un contacto con la vida de todos los días. O inclusive valorar que no se esconda la devastación de los viejitos chorreándose babeantes la leche del desayuno o el caldo de la cena. ¿Alguien les habrá dado a elegir, preguntado si es eso lo que les gusta, indagado si no preferirían mantenerse a salvo de miradas ajenas y extrañas?
Puestos en su lugar yo lo preferiría. Los viejos de los geriátricos, casi todo el tiempo lejos de sus afectos e irremediablemente apartados de su casa y sus cosas, ya están lo suficientemente tristes y quebrados como para encima quitarles un mínimo de dignidad, exponiendo en una vidriera su soledad, pena y decrepitud.

(*) Esta nota fue publicada hace más de 5 años en el segundo y último número del interrumpido proyecto de revista de ficción-opinión “Con perdón de la palabra”, encarado con mis amigos Alejandro, Daniel, Diego, Fernando, Flavio, Julio, Luz y Valeria (nótese el estricto orden alfabético). Hoy pasé por el geriátrico que la inspiró y la sensación fue exactamente la misma que entonces; la única diferencia es que ahora la TV es un pantalla plana de 32” y hay mucha más clientela, evidentemente a los del geriátrico les va muy bien.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Películas viejas y una torta de sartén

En el fin de semana vi “Sérpico” (Sydney Lumet, 1973) y “Terciopelo azul” (David Linch, 1986), dos películas viejas de dos directores que después siguieron haciendo muy buen cine. Hace poco se estrenó del primero “Antes de que el diablo sepa que estás muerto”, otra joya donde trabaja Phillip Seymour Hoffmann, el gordito de Capote. Si bien después hizo más películas, de David Linch recuerdo especialmente una de 1999, “Una historia verdadera”, la del viejito que sale a la ruta con una cortadora de césped.
Vale la pena ver estas películas, no es solamente la nostalgia o la curiosidad por enterarse de qué hacían directores así cuando eran más jóvenes o menos experimentados, los años nos cambian y nos transforman en espectadores diferentes, capaces de descubrir cosas nuevas o mirar con otros puntos de vista, no es verlas de nuevo, es verlas como si nunca las hubiéramos visto.
Lo mejor de “Sérpico” es un Al Pacino pendejo que ya mostraba sus uñas de actorazo y, sobre todo, la excelente recreación que consigue Lumet del episodio real de un cana estadounidense en 1971 pasando las de Caín por denunciar la corrupción policial; una de las escenas del final, donde al protagonista le pegan un tiro en la cara mientras sus “compañeros” en el operativo se quedan mirando a la espera de que se lo peguen, es de una tensión notable, en las caras de los tipos puede verse la mano de la dirección.
“Terciopelo azul” tal vez haya estado un escalón arriba en mi disfrute, además de la presencia magnética de Isabelle Rosellini, es una maravilla de creación de climas, de imágenes, personajes y momentos que permanecen suspendidos incluso cuando hace rato que la película terminó, muy bizarro y capaz de competir con el mejor Tarantino, en fin, al otro día de verla me desperté tarareando “Blue velvet”.
El fin de semana fue desapacible, bien propicio para mirar en la casa esta clase de pelis. Y también para cocina de días nublados. Me hice una torta invertida de sartén, fenómena para ansiosos como yo que rápidamente queremos tener lista la receta y comer enseguida, ésta demora no más de 15 a 20 minutos en total. Para una torta chica hay que pomar en un bowl 100 grs de manteca con 100 grs de azúcar, agregarle 1 huevo, 100 cm3 de leche y un chorrito de extracto de vainilla, mezclar, incorporar 100 grs de harina leudante tamizada e integrar hasta que el conjunto quede liso, con batidora eléctrica se consigue más rápido. Dejar reposar mientras se pone en una sartén que pueda ir a horno (para estas proporciones una sartén chica), bastante manteca, azúcar y rodajas de manzana; cuando se derrita la manteca y las manzanas empiecen a caramelizarse, sacar la sartén del fuego, cubrir con la mezcla del bowl y llevar a horno (que debió haberse encendido cuando se arrancó así está bien caliente). Para estas cantidades puede hacerse en máximo sin riesgo de que se arrebate porque va a quedar chatita, en 10, 15 minutos máximo va a estar cocida y es riquísima tibia, espolvoreada con canela y con una cucharada de crema chantilly o helado de crema americana.
Buen provecho.

jueves, 4 de septiembre de 2008

De las revistas que vienen en los diarios de los domingos a un amigo muerto ayer.

Las revistas de los diarios de los domingos son pésimas, inútiles, descartables, en fin, pongan los peores calificativos que se les ocurran y acepto. La única que me sorprendió fue la de Crítica de la Argentina, de hecho la cargo en el maletín y me la leo, casi toda, en el subte a lo largo de la semana. Creo que lo que pasa para que me guste, es que las notas están encaradas y escritas con método, estilo y lenguaje de literatura, aunque bien puede ser que sólo sea que los que escriben son más despiertos, o más piolas, o menos encorsetados por la línea editorial. En la de este domingo me enganché especialmente con una nota de Johnny Allon, el título ya está bueno, “El rey del oeste”, un cago de risa este tipo, primero me arranca antipático, cuando declara que Guinzburg lo cagó por haberle puesto el mote de grasa, ¿y qué querés?, me dije, si sos re-grasa, pero con lo que viene después entra a caerme bien, calculo que ahí ayuda Alejandro Seselovsky, el que escribe la nota, una secretaria “conejita”, un señor inquietante que se asoma a la oficina donde transcurre la entrevista, la charla con unos remiseros y con un proveedor de sándwiches, las declaraciones de que González Oro le afanó el dicho “dale gas” y que mandó una carta documento para que no le afanen también “cambiame la música”, en fin, la nota es un cuento bizarro.
Entre los fijos de la revista escribe Cucurto, que a veces está bien y muestra algún reflejo del Cucurto que más me gusta, el de Zelarrayán o Noches Vacías, estuvo muy buena la, digamos nota, de los libreros de la calle Corrientes, no es del último número sino del anterior, pero lo mejor de la revista es, por lejos, la mina que siempre está en la última página, una tal Carolina Balducci que escribe una zaga a la que llama “Mi vida y yo”, una antiheroína de la militancia del desprejuicio y el qué me importa lo que digan de mí, que las más de las veces termina sincerando su frustración con una ironía fantástica, y además, medio que me calienta cuando habla de sus formas voluminosas, sobre todo de sus grandes tetas, pasto para mis amigos Martín y Guille, quienes injustamente, por culpa de un comentario puntual, intrascendente y no vinculante acerca de las proporciones armoniosas de una ex compañera de trabajo, gordita ella, me han cargado el San Benito de que me gustan las gordas, y Guille va aún más allá, porque teoriza que eso se correlaciona con mi afición a la cocina y a las comidas que especialmente involucren frituras, pastas, salsas espesas, cremas y chocolates, la verdad, en mi plan de vida voy a tener que anotar el siguiente deber: “revisar mi lista de amigos”.
Hablando de amigos y de minas, y en realidad del verdadero objeto de esta entrada, se me murió un amigo al que las minas le gustaban en serio, ya había pasado lejos los 90 años y era bastante agnóstico, pero tenía al Viagra en un altar, una vuelta en una charla para jubilados en la que un médico recomendaba caminar, nadar, tener vida social activa, etc., etc., como medicina preventiva para los males de la tercera edad, él se paró y dijo algo así como “permítame interrumpirlo y agregar a la lista hacer el amor, que yo empecé a los 18 años y no voy a parar hasta que me muera”, Eduardo Botta, maestro maestrísimo que tuve la suerte de conocer en el año 2000 cuando me mudé adonde ahora vivo, estaba mal pero lo mismo me duele un montón, un periodista de raza y me cago en el lugar común porque no le cabe otra cosa, mirador mordaz, lector consuetudinario, conversador de esos con los que uno quiere quedarse callado y escucharlo nomás a él contar los dos millones de anécdotas que tenía, un honor que me haya leído cuentos que le pasé, siempre me hacía devoluciones por escrito, piezas impecables que tengo guardadas como tesoro, igual que algunos otros escritos que me regaló, el “Consejos para mis nietos entrando a la pubertad” por ejemplo, una maravilla, cualquiera de la generación a que pertenezco, lee eso y desea tenerlo de abuelo, chau Eduardo, qué macanazo no creer en el paraíso, o aunque sea en el infierno.

lunes, 1 de septiembre de 2008

El cuento que leí en La Castorera

Arístides, el viento y los paraísos
por Emilio Bertero

Arístides encontró en el monte los cuatro árboles que le darían la madera para su ataúd. Eran unos retoños de paraíso ordinario, perdidos donde no debían, los paraísos, y él también, porque allí el diablo mandó al viento a que le hablara.
Por entonces ya era viejo, pero aguantó los años que hicieron falta para que los árboles dieran madera que sirviese. Aunque también es cierto que los paraísos pusieron algo de sí.
Algunos en el pueblo, quizás los más sabios, dijeron que crecer con semejante rapidez, sólo podía deberse al agua de la vertiente, porque todos los días Arístides montaba a la yegua y llenaba la mañana yendo a cargar cuatro vejigas enteras nada más que para los paraísos. Otros, los que conocían más de árboles y de hombres, lo atribuyeron a los diálogos que al oscurecer sostenían con su dueño. Unos pocos, los más clementes, a los pedacitos de cinta azul atados a los tallos, la misma cinta que Mercedes llevaba al pelo la noche que abandonó a su marido.
Todos, hasta el comisario, se habían explicado así la repentina desaparición de la mujer. Es que nadie supo jamás que el viento había hablado a Arístides precisamente ese día. Es lo mejor para él, se dijeron, por fin dejaría de sufrir las humillaciones del desamor.
Lo cierto es que los árboles se apresuraron a engrosar sus troncos, porque se habían encariñado con el hombre y sabían —ellos también habían escuchado al viento— que no tenían mucho tiempo. Él los quería con la misma intensidad, cuando llegó el momento, una noche en la que el viento se hizo aliado de la oscuridad, a cada hachazo se detenía y les acariciaba con ternura las heridas sangrantes.
Los troncos astillados gimieron un graznido seco, las ramas llenas de verde nuevo sisearon como látigos y, uno tras otro, los paraísos se derrumbaron lanzando la voz de su muerte. Al caer el último, Arístides musitó una plegaria breve y sin lágrimas visibles.
Sin dilaciones ahora, el machete se movió experto y en un santiamén las copas se vieron separadas de sus troncos. El hombre, aún fuerte pese a su edad, los arrastró hasta el galpón y con una vieja sierra batalló con la madera, demasiado húmeda para ser cortada, hasta lograr las tablas con las que construyó la caja.
Todavía era noche cerrada cuando ató la matunga al carro y cargó en él su mortaja de paraíso. Una semana atrás había abierto una fosa perdida en el monte, donde nadie podría hallarla, justo donde había encontrado a los cuatro árboles.
La vegetación se cerró y ya no pudo seguir con el carro, se despidió del animal con una breve caricia y, para ahorrarle los dolores de un caballo viejo sin dueño, le hundió un cuchillo en el pecho. Sin mirar atrás, sólo con el viento alentando su esfuerzo, continuó con el féretro sobre sus espaldas.
Un montículo de tierra a la orilla del hoyo, señalaba el lugar; al llegar, lo primero que hizo fue verificar el sistema que había ideado, uno tan sencillo como eficaz. Enseguida bajó el cajón, saltó dentro y se acostó cubierto con la tapa que había dejado a mano en el borde.
Sin dudar, hacía años que venía viviéndolo, accionó el mecanismo que derrumbaba la parva de tierra y lo enterraba vivo. Arístides cerró los ojos y, en la alucinación del ahogo, vio a Mercedes abriéndole los brazos, mientras los últimos terrones sellaban su tumba, escuchó a Mercedes decirle que lo amaba.
El viento silbó con fuerza.

Panópticos en La Castorera

El viernes 29 de agosto presentamos la segunda publicación de la Colección Cuadernillos de nuestro grupo editor autogestivo. A los ponchazos venimos haciendo cosas desde hace unos años, hicimos eventos de lectura en Espacio Urbano, en Santa Colomba, creo que también en La Panadería, publicamos una antología de narrativa y poesía que se llamó Texturas, después otra que se llamó Cuerpo de Letra, en junio presentamos en La Castorera los primeros seis cuadernillos de autores individuales y ahora cuatro más, nos llamábamos Panópticos y ahora nos llamamos La baulera de Emilio, una pavada esta historia del nombre, todo el grupo menos yo quería abandonar el nombre Panópticos, yo daba batalla para no hacerlo, me parecía una picardía perder la pequeña historia asociada a ese nombre, hasta que una mañana de sábado mientras discutíamos acerca de la primera publicación de los Cuadernillos, había conseguido distraerlos y postergar, una vez más, la intención de mudar de nombre, cuando yo solito me ensarté, por quejarme de la falta de distribución de un remanente de los Cuerpo de Letra dije: "mientras tanto los libros se están cagando de risa en mi baulera", y ahí me embocaron.
Lo del viernes estuvo bueno, las tablas cada vez me gustan más, aunque el protagonismo del evento estaba destinado a los autores de los cuatro cuadernillos nuevos (yo había publicado en junio), hubo un espacio para los autores anteriores y futuros y me las arreglé para disfrutar del escenario, me leí mi cuento "Arístides, el viento y los paraísos" (perdedor en el concurso de cuentos 2007 Biblioteca Municipal de Adrogué) y le puse la voz a cuentos de Carlitos, Daniel y Julio. Como era de esperarse, buenísimo lo de Alejandro Turner, con pedidos de bis incluido, pasamos bastante bien una especie de prueba porque esta vez, además de nuestro público conocido, había mucha gente a la que no sabíamos cómo íbamos a caerle, seguidores de Sebastián Kirzner (nuestra primera experiencia de "publicante" invitado) y de Valeria Cini, una cantante que invitamos siguiendo la costumbre de alternar literatura con otras expresiones artísticas, muy pero muy bueno lo que hizo.
Bueno, para este debut en el blog les dejo una reseña de los diez cuadernillos que ya tiene nuestra colección:

Bicho bolita – Valeria Mazzia
Poesías y relatos, aunque éstos llenos también de poesía, que con una mirada distinta, profunda, sutil, a colores, insectos, utensilios o imágenes y vivencias simples de todos los días, llegan a lugares casi inexplorados de la conciencia y la emoción.

Cómo es – Alejandro Turner
El lujo que nos damos, Alejandro es guionista de CQC y escribió además los guiones de "Algo habrán hecho", "Así estamos" y el documental "20 de diciembre", su humor irónico y mordaz, no recomendable para la mayoría de tibios y grises que habitualmente rodean nuestra vida social y laboral, queda patentizado en este breve párrafo de "Aprendiz", uno de sus cuentos en el cuadernillo: "Se encuentra también el estudiante inescrupuloso que se conforma con poderes parciales. Siempre se cuenta la historia de un tal Gutiérrez que llegó a aprobar Génesis III y abandonó todo al darse cuenta de que era capaz de crearse sus propias amiguitas con sólo adquirir unas costillas de lo que fuere en la carnicería más cercana"

Deformidad – Carlos D´Angelis
La fabulosa historia de "Enzo, el príncipe del zochori" arranca en la esquina de Carabobo y Avenida del Trabajo, donde Enzo se instala con el elástico de una cama, dos bolsas de carbón, un gancho de chorizos y un chimichurri "que era puro vinagre y ají molido", para terminar como gran empresario después de un vertiginoso tránsito lleno de situaciones insólitas y personajes estrafalarios corriendo a través de la política, un fumadero, las chicas de la calle, los casinos y hasta la mafia china y la DEA.

Dirty Ganga. Sebastián Kirzner
Otro lujo, con Sebastián inauguramos la apertura a escritores no emergentes de nuestro grupo literario original. Un joven poeta provocador, agresivo, intenso, cada uno de sus versos es un tiro en la hoja, un golpe en el pecho, "Mírenme brillar de emoción,/al ingerir Tromadol, Codeína,/Metadona, Clonazepan;/sabiendo que lo único que/nos ancla a nosotros, los dioses,/son los sueños de los muertos."

Jinete de sombras – Inés Abuchdid
La amplitud expresiva de la autora posibilita la gama más amplia de personajes y sensaciones; en este cuadernillo aparecen tanto cuentos breves como el de un mítico Ramón al que sepultaron con un billete de lotería premiado o el de una prostituta que libera a un hijo reprimido de las garras de una madre castradora, como el amor, la pasión y la muerte, sublimados en poesías simples pero absolutamente descarnadas.

La fiesta – Emilio Bertero
Leopoldo está a punto de cumplir 60 años y propone a su esposa Clara celebrarlo con una fiesta íntima en su pequeño departamento. A partir de ese episodio ordinario y trivial, se desencadenan circunstancias que revelan, a veces con ironía, a veces de modo patético, miedos, angustias y miserias de todos los personajes que se involucran con la fiesta.

Obrarás – Mariana Graciano
Obra de dramaturgia protagonizada por Juan, un titiritero al que le han encargado el trabajo más importante de su carrera; sumergido en un bloqueo creativo, debe enfrentar sus miedos encarnados en Solange, la empresaria que lo contrata; al mismo tiempo Sofía, su vecina de toda la vida, está dejando de ser niña y conectará a Juan con otra clase de creación.

Palabras en el cuerpo, Flavio Nicolaevsky
Nunca título mejor elegido, los poemas de Flavio incluidos en el cuadernillo trasuntan tanta emotividad, desesperación, anhelo, pasión, que verdaderamente se sienten recorriéndonos el cuerpo, hace años que los disfrutamos en los talleres, los encuentros de autores, los eventos literarios, por fin podemos tener impreso un 100% Flavio.

Paseo a las cavernas – Julio Diaco
El cuadernillo de "el profe", seis cuentos que se leen con el alma saliéndose por la garganta, una abuela adivinada a través de un cristal esmerilado y un televisor encendido, un ser oscuro que cobra aparente luminosidad por acción y gracia de repetir como loro noticias de la radio, un termo que se rompe al caer de una mesa y hace explotar emociones comprimidas, la angustiosa despedida de una casa, un monje con su burro…y así.

Prioridades, Julio Diaco
El segundo de "el profe", con uno no nos alcanzó, no pudimos evitar darnos el gusto de tener más Diacos, en este cuadernillo, además de cuentos como "Azar" que responden al estilo más reconocido del autor, aparecen varios teñidos de un absurdo inteligente a través del cual no solamente nos hace reir, también hace que nos preguntemos si algunas de nuestras aristas no estarán emparentadas con las mezquindades, el egoísmo, la desidia o las pobrezas de "La silla", "El palomar" o el mismo "Prioridades" que da título al cuadernillo.

Humm...suena mucho a catálogo de propaganda, y bueh, medio que eso es, pero están buenos, muy laburados, eso es cierto.

De acá en más, sólo se me ocurre pensar: "¿cómo sigo ahora que me metí en este berenjenal de los blogs?"...y bueh, veremos, Dios proveerá decía mi abuela.