domingo, 26 de octubre de 2008

Horarios

Por los eventos literarios que organiza La Baulera de Emilio (Panópticos para los que nos conocen de antes y como a mí me gusta más), sé por experiencia propia lo difícil que resulta la convocatoria de público para un grupo que no goza del favor de la fama. Si hubiera depositado en una cuenta bancaria un dólar por cada una de las excusas que me han dado al día siguiente por no haber asistido (la capacidad de invención de cierta gente es notable, si atiendo a la frase “el escritor es en esencia un gran mentiroso”, es evidente que no tienen idea de la capacidad potencial que tienen para la literatura), seguro hoy dispondría de una pequeña fortuna (bah, si a los dólares los hubiera depositado en una cuenta bancaria seguro que a la pequeña fortuna la tendría el banco).
De todas formas, con tiempo y perseverancia se produce una decantación y el público asistente, tal vez más reducido al ir desapareciendo los amigos y parientes que van de compromiso, empieza a ser más genuino y, en consecuencia, mucho más interesante.
Pero a ese público hay que cuidarlo, hay que respetarlo. Y es una constante en los eventos organizados por grupos, digamos amateurs, la falta de cuidado y respeto en un cumplimiento, no digo estricto pero al menos razonable, del horario. En los eventos de este año mi grupo lo ha entendido así y estamos siendo cuidadosos con el tema, y como otras veces no lo fuimos, me siento con derecho a contar un episodio que experimenté y a aconsejar a colegas en este complicado propósito de difundir nuestro trabajo, porque flaco favor le hacemos a esta intención, si nos cagamos en la gente que va a vernos.
El domingo 19 de octubre asistí a la representación de la obra “El olvido de los cuerpos” en el teatro “La otra orilla”, por el grupo “Impacto Teatral”. En el volante con el que me invitaron estaba pautada para las 19 hs., a eso de las 6 de la tarde la persona que me invitó me avisó que se había postergado para las 21, hora a la que llegué puntualmente para encontrarme con que en el escenario había cuatro pibes haciendo música a la que definiría progresiva. Si bien me parecieron bastante buenos y al principio lo disfruté, terminaron sacándome de quicio no bajándose más del escenario (de hecho, si no hubiera sido por esto diría que eran muy buenos, pese a que mi sobrina, una de las personas con las que fui al teatro, me descalificó con la siguiente expresión: “tío, no te hagás el moderno”). Finalmente, la obra que yo había ido a ver recién empezó a las 10 y media de la noche con, se imaginarán, todo el mundo con las bolas por el piso.
Menos mal que estuvo buena y, de paso, se las recomiendo. Pero con independencia de la calidad, lo que hicieron los músicos, cagándose en los compañeros de la obra de teatro que hacía rato estaban listos y tenían a su público esperándolos, es una burrada. Además, no me entra en la cabeza que ninguno de los de “La otra orilla” haya puesto las cosas en su lugar, si me apuran diría que son los principales responsables.
Sé que con lo antedicho me expongo a comentarios como “este viejo no entiende nada”. Pero les aseguro que sí entiendo y por eso, también les aseguro que no les conviene descuidar a esa gente que prefiere ir a nuestros eventos en lugar de quedarse en su casa a mirar en la tele a los que bailan por un sueño.

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