jueves, 15 de abril de 2010

Historias de viaje: tres mujeres venezolanas, Parte 1: Teresa Carreño, la que casi le puso a Lincoln un piano de sombrero

Esta historia la conocí visitando en Caracas el Centro Cultural Teresa Carreño, un complejo con un diseño arquitectónico soberbio tanto exterior como interior, obras de arte que lo ornamentan (impresionante “Cubos virtuales blancos sobre proyección amarilla”, que cuelga del techo del foyer), y un teatro muy moderno y funcional para dramaturgia, ópera, ballet y conciertos, con escenarios desplazables, cuatro subsuelos de talleres de escenógrafos, vestuaristas y tramoyistas, telón cortafuegos, impecable distribución de todas las comodidades y una acústica basada en un sistema de “nubes de sonido”, que consiste en placas metálicas que fueron diseñadas y probadas una por una y en conjunto.









El padre de Teresa, un compositor de música para piano, había puesto toda su esperanza en que la hermana mayor de Teresa fuera la ejecutante famosa de sus obras. Pero parece que la hermana de Teresa era bastante tronco. Una noche el padre escucha la interpretación, perfecta, de una de sus composiciones más difíciles, se acerca a la sala ilusionado con que es su hija prelidecta la que está al piano, pero no, es Teresa, que para ese tiempo habrá tenido 6 o 7 años. Esto era a principios de la década de 1860 y como habrá sido la cosa desde ahí que, en 1862, antes de cumplir los 9, dio un recital público en el Irving Hall de Nueva York, donde estaban viviendo porque el padre y casi toda la familia tuvo que rajarse de Venezuela por la Guerra Federal, sin un mango, y la pendeja mantuvo tocando piano a los 13 o 14 que eran.
En 1866 se fue a estudiar a París y entre 1871 y 1885 dio conciertos en los auditorios más porongas de Europa, América, Sudafrica, y Oceanía, además de haber sido solista de la filarmónica de Berlín y haberse hecho amiga de, entre otros, Brahms (que para elogiarla dijo que “tocaba como UN pianista”), Liszt, Wagner y Clara Schumann.
Cuando se vuelve a Caracas, el presidente de Venezuela le encarga organizar la temporada de ópera, que fracasa porque los forros de la sociedad de ese tiempo le hacen un boicot porque es divorciada; se nota que juá, la chica no era de someterse a los prejuicios porque a esa altura del partido iba por su segundo marido y, para principios de 1900, por el cuarto, que encima era su segundo cuñado.
Siguió haciendo giras y conciertos y también componiendo (es autora de más de 40 piezas). Acabó viviendo en Nueva York, donde se murió en 1917. Lincoln la invitó a tocar en la Casa Blanca y, como el piano estaba desafinado, estuvo ahí de alzarse a la mierda, saltó de la banqueta y dijo que no tocaba más. Parece que Lincoln zafó del papelón porque le pidió “The Mockingbird”, su canción favorita, que resultó ser la misma que de Teresa.
Para mí que Lincoln lo sabía y, también para mí, que Teresa se hizo la boluda.

2 comentarios:

Isabel Bertero dijo...

PRECIOSO! LAS PALABRAS MALCRIADAS AGREGAN EMOCIÓN, PERO IGUAL ENTENDÍAMOS

emilio dijo...

ya no puedo sin palabras malcriadas