miércoles, 15 de diciembre de 2010

Rock barrial, de Juan Diego Incardona


Lo primero que me sale es citar al prologuista de Henry Miller en "Trópico de cáncer", "Escribe como habla, escribe como vive...", porque creo que lo mismo es la clave del oficio de escritor de JDI. El libro tiene dos partes, en la primera uno se encuentra con el cuentista que conoció en “Villa Celina” más varias poesías que, como el cuento largo (o novela corta) de la segunda parte, es un JDI novedoso, por lo menos respecto a sus tres libros anteriores.

De los cuentos, el que más me gustó, por lejos, es "El último oficial tornero", porque tiene el clima que hizo mi preferido a “La chinela de Don Juan”, más un anclaje ajustado al momento socio-político-económico en el que está instalado.

Otra cosa que me gustó fue reconocer, particularmente en “Los monstruos” y en “Atómica mente”, cómo JDI plasma elementos y conceptos de su taller “La imaginación de lo común”. Y de los cuentos rockeros, yo que fui adolescente escuchando a Almendra, Manal, Los Gatos, Pescado Rabioso, se me ponen distantes referencias a Viejas Locas por ejemplo, pero igual, aún como un extranjero, en "La mejor banda de los barrios" estuvo interesante subirme al tanque de Celina a escuchar a Chapa, Catán y Rocky.

En cuanto a las poesías, género con el que tengo muchas limitaciones así que mucho no voy a decir, son como una prosa en verso y, pese a las limitaciones que declaro, las leí sin sentirme ajeno, sobre todo "Peones de la cuenca" (JDI aprovecha bien el escenario Matanza-Riachuelo) y, por emotividad, el lado del que puedo hablar si se habla de poesía, "Industria nacional", que me pareció la mejor de todas.

A la secuencia Ampere-Volt-Watt-Ohm de la segunda parte, recomiendo leerla más atento al oído que a la cabeza, porque una vez que uno empieza a escuchar la música, la letra entra sola, y uno se encuentra con un personaje sólido como un fierro, que a veces da repulsa, a veces asusta y a veces despierta ternura, pero que siempre, siempre, pone la cabeza a caminar por lugares que no están escritos y que vale la pena visitar.

Nada más, la pasé bien.

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