martes, 12 de abril de 2011

La conjura de los necios, de John Kennedy Toole


No me cae bien un tipo que se suicida porque no le publican una novela, lejos de ver apasionamiento veo un narcisismo patológico y una vida que habrá sido muy pobre para no tener razón de vivirla sin su libro en las vidrierías de las librerías. Así que Toole no me conmociona por ese lado, sino porque construyó una sátira descomunal a través de una arquitectura de texto casi perfecta para mi gusto, cómo me lamento no haber leído antes esta novela.
Más allá del protagonista excluyente, Ignatius Reilly, un border desopilante que desea un mundo que atrasa por lo menos un siglo, hay un mosaico de personajes que asoman como simples complementos laterales y terminan, todos, teniendo brillo propio, por nombrar sólo dos, y nombrar sólo dos es injusto, el contrapunto con Myrna Minkoff, otra border pero en las antípodas de Ignatius, o el negro Lee, una acidez extrema para burlarse de su propia condición.
En determinado momento, el fundamentalismo de Ignatius alcanza ribetes épicos, aunque sólo para su cabeza afiebrada, porque sus pensamientos, sus escritos, sus planes para que sus ideas incidan en el entorno al que accede (entorno por otra parte apropiadísimo), son tan absurdos que ya dan risa desde que empiezan a esbozarse, y como los personajes entre los que alterna son uno más estrambótico que otro, termina de armarse una cadena de episodios en el que no puede encontrarse una pizca de razón, y es entonces, en esa irracionalidad, que aparece el mordaz sentido crítico, irónico, con el que Toole escribió la novela.
Pese a una estructura demasiado lineal y a que no todos los episodios aludidos tienen el mismo nivel de creatividad, chapeau para la intención del escritor, y seguramente le reconocería más si como presumo, ignoro y por eso me pierdo, muchas alusiones al momento e incluso al folklore, de la Nueva Orleans en el tiempo que la novela se instala.

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