miércoles, 30 de noviembre de 2011

“Los siete locos” y “Los lanzallamas”, de Roberto Artl


Como la mayoría sabe, se trata de una sola novela caprichosamente dividida en dos partes, y la mayoría debe haberla leído alguna vez en su vida, porque Artl debe ser, junto a Borges y Cortázar, uno de los escritores que más se nombra cuando se pide mencionar a escritores argentinos.
Vale la pena leerla otra vez, sobre todo si se la leyó hace mucho, primero que nada porque darse un baño de Artl es muy bueno para el que le gusta la literatura, pero también vale la pena porque uno individuo lector ha cambiado y seguro le encontrará aristas novedosas como si no la hubiera leído nunca, y sobre todo vale la pena, porque los personajes son y seguirán siendo un muestrario alegórico de seres de carne y hueso que están entre nosotros, y entonces, es como una pequeña venganza reconocerlos en sus hipocresías, miserias, deslealtades, patetismos, aunque en fin, también me queda la frustración de que nadie le haya pegado un buen garrotazo a Barsut.
Pero además la novela tiene espacio para la diversión sin angustias, o al menos con angustia bastante disfrazada, el subcapítulo “Los dos bergantes” por ejemplo, Emilio y el Sordo Eustaquio mendigando por la calle Larrazábal, o también “Los amores de Erdosain”, si bien más irónico, satírico, la madre de la Bizca y la Bizca misma son de comedieta, vienen muy bien para contrapesar el mundo agobiante en el que las reflexiones de Erdosain nos mete, que ojo, tiene su riesgo, porque muchas de esas reflexiones tienen la desmesura necesaria para perfilar al personaje, darle su punto de vista, pero otras no son del todo desatinadas, hay momentos en los que se piensa que no estaría mal una fábrica de fosgeno para atender a ciertos especímenes.
Pasando a lenguaje, me copio de la presentación del prólogo de Mirta Artl a la edición 1968, Compañía Fabril Editora”, de “Los Lanzallamas”: ´Lo pintoresco surge frecuentemente en el encaramelarse del autor con algunos giros y palabras de su jerga habitual: los muros son “encalados”; los que sirven, “menestrales” y “menestralas”; los inescrupulosos, “rufianes”, “traficantes”, “canallas”, “bergantes”; el abogado, “jurisconsulto”; la mugre es “más sucia que un muladar”; el ambiguo o huidizo, “más esquivo que un mulo”; el interés “encuriosa”; el vidrio “encristala”; la pollera “se arremolina”. Se podría seguir con largas listas, pero sólo señalaremos, para concluir, algún trozo descriptivo donde el escritor es casi totalmente expresionista: “Algunos techos pintados de alquitrán parecen tapaderas de ataúdes inmensos. En otros parajes, centelleantes lámparas eléctricas iluminan rectangulares ventanillas pintadas de ocre, de verde y de lila. En un paso a nivel rebrilla el cúbico farolito rojo que perfora con taladro bermejo la noche que va hacia los campos”´.
Y para terminar una cosa no menor, algo distintivo ha de tener Erdosain para que rememorándolo, uno se acuerde de la rosa de cobre (bah, galvanoplástica)por encima de todo lo demás.

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