viernes, 6 de enero de 2012
Luz de agosto, de William Faulkner
No en vano está considerada, junto con “Absalom, absalom”, “El ruido y la furia” y “Mientras agonizo”, una de las cuatro mejores novelas de Faulkner. Más allá de la prosa que no siempre fluye muy liviana que digamos (cierto que a veces la culpable es la traducción, Faulkner es un tipo difícil de traducir), el seguimiento de imágenes, la construcción de personajes y la precisa voz del relator, conforman un trípode sobre el que se asienta y nunca se cae, una trama por demás atrapante, atravesada por varias historias laterales, que quizás son de mayor espesor incluso que el argumento central.
Y por eso, si me pregunto quién es el protagonista de “Luz de agosto”, no puedo contestarme mencionando a solamente uno con plena certeza, porque cierto que Joe Christmas se lleva probablemente el “centimil” y es quien hace caminar el relato, pero la épica ingenua de Lena Grove buscando al padre de su hijo ("¡Dios mío, Dios mío! ¡Cuánto camino se puede hacer! Sólo hace dos meses que salí de Alabama y ya estoy en Tennessee”), tiene tal intensidad que bien puede ser propia de un personaje principal, al igual que la tremenda, sobrecogedora vida del reverendo Gal Hightower, la entrañable carnadura (más adivinada que dicha) de Byron Bunch o inclusive, pese a que de los nombrados sea la de menor aparición, la señorita Burden, todos emparentados en la sumisión a un mandato, cada quién al suyo y en distinto grado, imposible de ser desobedecido.
La novela presenta, capítulo tras capítulo, continuos saltos temporales o retazos como de rompecabezas, la atractiva modalidad de que hechos o circunstancias apenas esbozados o sugeridos, más adelante se exponen a pleno detalle, o viceversa, una solitaria y breve oración puede, varios capítulos después, explicar (y justificar) el profundo sentido (y necesidad) de un prolongado avatar unas cuantas páginas antes.
Como en mucho de su obra, Faulkner acá también habla, a veces diciéndolo directamente, a veces no (que es cuando más talento muestra) de racismo, que evidentemente perturbó mucho —obsesionó— su tiempo y su geografía, y quizás por eso lo transmita con tanta fidelidad, quizás por eso numerosos episodios despierten en el lector, con intensidad y vividez, sentimientos de angustia, lástima y hasta aborrecimiento hacia unos u otros personajes.
De todas maneras, no es la única miseria que Faulkner recrea en “Luz de agosto”, porque también tienen su espacio moralinas, hipocresías, cultos de la imagen y fundamentalismos. Pero también, un contraste que se aprecia y agradece, aparecen de pronto, como aislados e imprevistos, eventos y personajes teñidos de tal simpleza y humanidad, que desatan una emotividad tan opuesta que no parecen salidos de la misma mano del que creó aquellos otros.
Tengo que decir que me la robo porque es una cita que apareció primero en el blog “El lamento de Portnoy”(http://ellamentodeportnoy.blogspot.com/2006/02/un-faulkner-la-semana-xiii-luz-de.html), a mí también me quedó repicando la siguiente: “La memoria cree antes que el conocimiento recuerde. Cree mucho más tiempo que recuerda, mucho más tiempo del que tarda el conocimiento en preguntarse”
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
excelente libro, todo Faulkner es bueno, salvo una novela corta que leí hace poco, no recuerdo ahora el nombre...
Publicar un comentario