viernes, 19 de septiembre de 2008

Hay unos viejos en la vidriera (*)

Eufemísticamente llamados hogares de la tercera edad o casas de reposo para la ancianidad, muchos de los depósitos de viejos que plagan Buenos Aires, en determinadas horas suelen instalar a sus pensionistas en una habitación cuya ventana —en general lo suficientemente grande para poder otear el interior sin esfuerzo— da a la calle.
Entonces el ocasional peatón (a quien tal vez le rondan entre sus preocupaciones qué cuernos será de su vida el día que no controle sus esfínteres, ya no pueda vivir solo o simplemente joda) tiene la oportunidad de ver lo bien que lo atenderían en ese sitio, viendo a los viejitos con sus miradas lánguidas, opacas y perdidas, posar sus ojos en cualquier lado menos en el único televisor del cuarto, un, eso sí, 26 pulgadas al menos, que les proyecta un programa de cumbia villera o un capítulo de dibujos animados de las Chicas Superpoderosas, como si supiera la enfermera que sintonizó el aparato, que total nadie está ahí como para mirar la tele.
Una mirada ligera podría devolver la sensación de que los ancianos tienen un entretenimiento en esa ventana a la calle, un contacto con la vida de todos los días. O inclusive valorar que no se esconda la devastación de los viejitos chorreándose babeantes la leche del desayuno o el caldo de la cena. ¿Alguien les habrá dado a elegir, preguntado si es eso lo que les gusta, indagado si no preferirían mantenerse a salvo de miradas ajenas y extrañas?
Puestos en su lugar yo lo preferiría. Los viejos de los geriátricos, casi todo el tiempo lejos de sus afectos e irremediablemente apartados de su casa y sus cosas, ya están lo suficientemente tristes y quebrados como para encima quitarles un mínimo de dignidad, exponiendo en una vidriera su soledad, pena y decrepitud.

(*) Esta nota fue publicada hace más de 5 años en el segundo y último número del interrumpido proyecto de revista de ficción-opinión “Con perdón de la palabra”, encarado con mis amigos Alejandro, Daniel, Diego, Fernando, Flavio, Julio, Luz y Valeria (nótese el estricto orden alfabético). Hoy pasé por el geriátrico que la inspiró y la sensación fue exactamente la misma que entonces; la única diferencia es que ahora la TV es un pantalla plana de 32” y hay mucha más clientela, evidentemente a los del geriátrico les va muy bien.

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