martes, 2 de diciembre de 2008

¿Por qué no se me sientan en ésta?

Mi amigo Carlitos me tiene las bolas al plato con sus críticas al punto de vista de mis cuentos, me parece que no le voy a dar a leer más nada, lo último fue Necroamor (o Amortaja, aún no lo decido), un tipo que se coge a las muertas, a lo mejor alguna vez lo pongo acá a ver qué les parece a ustedes, y me lo hizo pedazos, con particular ensañamiento con ese puto asunto del punto de vista.
Para que aprendás, me dijo, y me prestó “Los adioses” de Onetti, no sé si va a servirme de algo, de todas formas una joya, “Quisiera no haber visto del hombre, la primera vez que entró en el almacén, nada más que las manos; lentas, intimidadas y torpes, moviéndose sin fe, largas y todavía sin tostar, disculpándose por su actuación desinteresada”, así empieza, entre nos, a Carlitos jamás se lo voy a admitir, el guacho siempre me ha prestado libros de puta madre.
La cuestión es que había empezado a apretarme para que se lo devuelva, de modo que largué temporariamente lo que tenía entre manos y me mandé con el Onetti, arranqué en el subte una mañana de lunes, una particularmente terrible porque además de lunes, los excesos del fin de semana le estaban pasando factura a mi aire, a mis intestinos, a mi cintura y a mi rodilla derecha, de manera que tomé el subte al revés, para Primera Junta, así podía viajar al centro dándole algo de descanso a tanta dolencia y malhumor.
Y ayudado por Onetti lo estaba logrando con creces. Hasta Castro Barros, donde uno de esos justicieritos con ganas de ser solidarios con los culos ajenos, al que desde estas líneas lo maldigo con toda mi alma y le deseo de todo corazón que sus viajes en subte cuando le toque ir sentado sean una interminable cadena de cederes de asiento, pega el grito: —¡alguién que le dé el asiento a esta señora embarazada!
Miré a mi cercano alrededor de sentados y el panorama fue pavoroso: una gorda que llevaba puesto lustros de fetuccinis con tuco, pesto y estofado mixto, una pendejita a la que para despertarla hubiera hecho falta muchísimo más que ese grito de maricón y un señor bastante parecido al que voy a ser yo a los 80 años si llego y no aflojo con el pucho y los maridajes que nunca son light si son ricos.
La famosa embarazada habrá tenido menos de la mitad de mi edad y para notarle la panza había que esmerarse, tuve ganas de preguntarle, a ella, al justicierito y a todo el pasaje así quedaban las cosas establecidas con verdadera ecuanimidad de ahí y para siempre, ¿quién se merece más ir sentado?, ¿un fetito de morondanga llevado por un especímen joven y fuerte, o mi gran simpático trabajando a destajo para mantenerme vivo a duras penas un lunes a la mañana?, y rematar con otra pregunta tan retórica como las anteriores: —¿Por qué no se me sientan en ésta?
Pero no. Para satisfacción del boy scout y de la embarazadita, me puse de pie y, traicionando a Onetti, a mi aire, a mis intestinos, a mi cintura y a mi rodilla derecha, entregué mi asiento con cobarde mansedumbre y sonrisa complaciente.
Prestamelo un día más, el lunes tuve que dar el asiento en el subte. Puedo decirlo, pero con Carlitos va a ser inútil.