viernes, 29 de mayo de 2009

El 25 de Mayo y Osvaldo Soriano


No es el mejor escritor que he leído, no comparto algunos elogios desmesurados que ha recibido y, de hecho, sí comparto algunas de las opiniones negativas acerca de su literatura. Pero aún filtrando todo eso, estoy hasta las pelotas de que no se lo reconozca (particularmente entre sus pares), de que se lo considere un escritor menor por escribir “fácil” (como si escribir fácil fuera fácil), de que se lo acuse de haber recurrentemente apelado a hechos o figuras reconocibles a partir del mero sentimiento (así han manipulado las palabras los que al menos tuvieron vergüenza de acusarlo de golpear bajo) o de, en los últimos años, haber reemplazado falta de inspiración con oficio de novelista para ficcionar historia. En síntesis, estoy hasta las pelotas de la manga de academicistas pelotudos que dicen que no tenía talento, estoy seguro de que “Una sombra ya pronto serás” —para mí lo mejor que escribió, ¿se acuerdan de la frase "un hombre cansado de llevarse puesto"?— tiene absolutamente todos los elementos que hacen grandiosa a una novela: los personajes, el clima, las imágenes, el punto de vista, la trama, y también estoy seguro de que “No habrá más penas ni olvido” es la novela a leer para aprender acerca del enfrentamiento de la derecha y la izquierda del peronismo. Pero hoy acá me quedo emocionado hasta las bolas con algunos pedacitos de “Triste, solitario y final”, qué linda novela, qué originalidad en su época, qué maravilla lo emblemático de meterse de protagonista, meter a Chandler-Marlowe, meter al gordo y el flaco y, de paso, meter también su bronca contra los John Wayne y los Chaplin. Les mando a que la lean, o que la relean con los ojos, la cabeza y el espíritu abierto lo más que puedan; a ver si este párrafo del primer capítulo, cuando Charlie y Stan llegan a los EEUU (“los ojos de Stan tienen el color de la bruma; los de Charlie, el del fuego”) les hace algo: “Lo dice con amargura, porque ha recordado a su padre que también es actor y ha visto de frente la ansiedad de los curiosos, la desesperación de los fracasados, la alegría momentánea de una mueca; las ha visto mil veces en la mesa durante las cenas en la vieja casa de Lancashire. Las primeras luces surgen de la niebla y Stan sabe que ya no puede volver atrás, que cualquiera sea su destino, él está allí para aceptarlo”. O el remate del capítulo en el que Marlowe y Soriano pelean en el cine: “Marlowe encendió los cigarrillos y dijo: —No lo crea Soriano, usted no es el toro salvaje de las pampas”.
Admito, aún a riesgo de dar pasto a las fieras, que Soriano obra en mí como una especie de escritor fetiche, a partir de cuestiones que no tienen mucho que ver con la literatura (los gatos, el fútbol, el padre, el interior) y, sobre todo, que muchos de los personajes de sus novelas se compadecen bastante con rasgos míos nostálgicos y melancólicos. Y además admito que, concomitante con eso, este post en particular se me desata por una frase que el tipo largó en 1986, un año particularmente tormentoso para mí, y que de casualidad volvió a aparecérseme por estos días de tormentas parecidas:”Pero estamos aquí otra vez, mirando el futuro en puntas de pie, parados sobre un tembladeral, sacudidos por un viento que viene del pasado y no sabemos si nos arrastrará hacia el futuro, o hacia el abismo”.
También me dio ganas de escribir de Soriano porque pasó el 25 de Mayo, y Soriano ha sido el que más, naturalmente mucho más que los profes del Nacional o la parva de ensayos pretendidamente revisionistas e indudablemente comerciales, me ha provocado ganas genuinas de entender la historia argentina y de mirar a nuestros próceres por debajo del bronce o las placas de las calles. Hace unos cuantos años atrás, en una entretenida charla acerca del perfil de los militantes del troskismo, me contaron que una vez invitaron a Soriano a un congreso del Movimiento al Socialismo y que en determinado momento pidió la palabra para recomendar que escucharan a Castelli, que relegaran a Trosky y usaran a Castelli, imagínenlo al tipo, justo a los que se llamaban troskos recomendarle abandonar a Trosky y apelar a Castelli para convocar a las masas. Está bien, la ligaron los troskos porque como el gordo era progre lo invitaron, quién sabe qué les hubiera dicho a los del PRO, pero qué duda puede caber acerca del conocimiento y la convicción que Soriano tenía acerca de nuestra historia, para sugerir en aquel ámbito algo semejante. No comparto con él su devoción por Castelli, sí por Mariano Moreno y, aunque un poco menos, por Belgrano. No obstante, también en esto va mi reconocimiento, puedo pensar distinto a él porque me ayudó a pensar la historia. Y ligado a cómo Soriano canalizó la obsesión de sus últimos años con la historia argentina, pienso por ejemplo en “El ojo de la patria”, el prócer de la Revolución restaurado con un chip austríaco y la cara de Richard Gere o Harrison Ford: “Se cubrió con la toalla y a los tropezones fue a ver si el prócer seguía en la habitación. Lo encontró cabizbajo, desdibujado en la sombra, con los ojos muy abiertos y vestido como para salir de juerga. Si ves al futuro dile que no venga, lo oyó murmurar”.
Mucho más no tengo, parece que la catarsis pro Soriano ya va estando bien. Tal vez nomás me quede mencionar que ojalá los detractores de Soriano fueran aquellos que no son santos de mi devoción, y si bien hay unos cuantos, me jode que también se alineen para pegarle gente o ámbitos que me son simpáticos. Cito a dos. Tengo para mí que en las facultades humanísticas del interior no existe, al contrario, el antisorianismo que hay en la UBA en general y en Puán en particular; hace tres años, impensadamente, tuve la oportunidad de acceder a contactos personales y/o virtuales “extracción Puán” muy enriquecedores, y me resulta francamente inexplicable que Soriano sea para la mayoría de ellos objeto de descalificación sin más. Igual de inexplicable me resulta un artículo de Bolaño, que es a uno de los que más estoy leyendo por estos días porque el tipo me parte la cabeza, en el que analizando la literatura argentina dice: “No quiero decir que Soriano sea malo. Ya lo he dicho: es bueno, es divertido, es, básicamente, un autor de novelas policiales o vagamente policiales, cuya principal virtud, alabada con largueza por la crítica española, siempre tan perspicaz, fue su parquedad a la hora de adjetivar, parquedad que por otra parte perdió a partir de su cuarto o quinto libro…Sospecho que el influjo de Soriano (aparte de su simpatía y generosidad, que dicen fue grande) radica en las ventas de sus libros, en su fácil acceso a las masas de lectores, aunque hablar de masas de lectores cuando en realidad estamos hablando de veinte mil personas es, sin duda, una exageración. Con Soriano los escritores argentinos se dan cuenta de que pueden, ellos también, ganar dinero. No es necesario escribir libros originales, como Cortázar o Bioy, ni novelas totales, como Cortázar o Marechal, ni cuentos perfectos, como Cortázar o Bioy, y sobre todo no es necesario perder el tiempo y la salud en una biblioteca guaranga para que encima nunca te den el Premio Nobel. Basta escribir como Soriano. Un poco de humor, mucha solidaridad, amistad porteña, algo de tango, boxeadores tronados y Marlowe viejo pero firme”.
Cuando viene de alguien que querés, duele más.