jueves, 4 de marzo de 2010

Nocturno de Chile (Roberto Bolaño)


Está buena esta impunidad que da el facebook o el blog y, aunque me gustaría que fuera al revés, está bueno ser un tipo aficionado a la literatura que se gana la vida de otra cosa y no con la literatura, porque pienso que si me ganara la vida como escritor o crítico o “reseñador” o cosa parecida, quizás tendría represiones (propias y/o externas) para hablar mal de una novela de una de las “vacas sagradas” del momento. De todas formas, y si bien precisé la introducción porque un par de cosas malas tengo para decir, la novela me resultó de buena a muy buena. Me costó al principio entrarle al registro narrativo, y también se me hizo pesado el texto sin organizar en capítulos, ni siquiera en párrafos, pero a las veinte o treinta páginas ya me puse en onda y la novela empezó a pegarme saludablemente; el recuerdo febril del protagonista —en muchas partes me sonó onírico— está logrado con esa desprolijidad que tiene Bolaño para narrar, y que uno no demora en darse cuenta, igual que por ejemplo en “Los detectives salvajes” y en “2666”, no tanto en “Estrella distante”, “Putas asesinas” y “El gaucho insufrible” (es todo lo que leí del tipo hasta ahora), que esa desprolijidad responde a una forma muy pensada y muy cuidadosa, y que si escribiera lo mismo con prolijidad, el efecto no sería el mismo. También me gustó, mucho, la progresión narrativa, porque hay un “in crescendo” que tiene en simultáneo no solamente episodios cada vez más intensos (hasta llegar a un final de gran impacto), sino también una profundización en el conocimiento de los rasgos del personaje, de manera que resulta una construcción a través de la cual el lector lo va conociendo a medida que avanza en la lectura y recién en las últimas páginas tiene sacada la ficha completa acerca del pensamiento, la ideología del susodicho personaje, que no lo he dicho hasta acá, se trata de un cura, viejo ya, memorando en una noche, una sola noche, sus vivencias en Chile durante los años previos a Allende, durante Allende, Pinochet y los primeros tiempos de la democracia. Lo que no me gustó de la novela y justifica la introducción de estas líneas, han sido por una parte, dos cosas que ya me fastidiaron en otros trabajos de Bolaño, el exceso (realmente abrumador) de referencias a autores y el exceso de episodios anecdóticos en la trama. De esto último ya había tenido una sobredosis en “2666”, en la parte de los hallazgos de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, y acá, menos pero igual excesivo, con una cuestión de curas europeos que entrenan halcones para cazar palomas y combatir así el daño que las cacas le hacen a las fachadas de las iglesias. Y en cuanto a lo de las referencias a autores, ya parece un ejercicio narcisista (prestame la expresión Carina) que aburre soberanamente y a mí por lo menos, como lector medio que ni siquiera conoce a muchos de los que nombra (y que inclusive podría tragarse a alguien inexistente, si en la ficción Bolaño creyó necesario inventarse un autor), no me suma nada en términos de elementos de la trama. Por otra parte, la revelación explícita al final de quién es el “joven envejecido” (un personaje al que el cura habla y escucha en sus pensamientos durante su noche de fiebre), en lo que pareciera ser fruto de una desconfianza al lector, se estropea sin ninguna necesidad la sutileza que esa cuestión tenía hasta ahí. Pero bueno, fuera de esto (que qué se le va a hacer, ni Bolaño es perfecto) la novela es 100% recomendable, gracias a “Dudo de Todo” que me la prestó (otra ventaja, estos agradecimientos “públicos” no podría hacerlos si fuera “reseñador” profesional).