lunes, 31 de octubre de 2011

Barajas, de Alejandra Zina


Alejandra Zina es del “semillero” de Laiseca, y aunque en esta novela que le leí no encontré parentesco con la literatura que conozco de su Lai-Tsé (no me acuerdo dónde vi que ella lo llamó así y me gustó), es muy probable que algo (o mucho) de él haya sido capturado por el oficio con el que Zina escribió “Barajas”.
El argumento responde a una historia lineal, lo que pasa en un viaje de Buenos Aires a Madrid, una historia ya de por sí entretenida y con buena progresión narrativa, pero que tiene el plus de un “mechado” de capítulos evocativos (principalmente notas de familia y romances de la protagonista), la mayoría muy lindos y todos, pertinentes a efectos de la construcción del personaje principal.
A propósito, Caro, una de las azafatas del viaje (y la que nos cuenta la historia en acertada elección de la primera persona para hacerlo), tiene mucha carnadura, es sólida, rápidamente se reconoce su perfil, su voz nunca deja de cuadrar con la idea que nos hemos hecho de ella y se comporta consistente a lo largo de toda la novela. La mayor parte del resto de la troupe (sumando los personajes que están subidos al avión en el transcurrir presente y los evocados) también están bien compuestos, tienen registros acertados cuando se les da la palabra y resultan funcionales a la trama, y no solamente los que acompañan a Caro todo el tiempo, sino también los que aparecen una vez y no se los trae de nuevo o los apenas esbozados.
La prosa es fluida, y los ritmos del relato siguen la intensidad, la tensión o el simple devenir de cada episodio y sus nexos, casi que no hay detenciones en la lectura, y cuando las hay obedecen en todo caso al valor de ciertos subtextos que aparecen, sobre todo, en los capítulos evocativos. Esta fluidez en un texto al que entiendo sin fallas de economía (casi que no le sobra nada), ayuda también a que “Barajas” sea una novela llena de imágenes que se siguen perfectamente, que “se ven”.
Personalmente, tuve algunos baches de “atrapamiento” en tres o cuatro capítulos promediando la novela, pero rápidamente salí de ellos y no volví a caer, y creo que mucho ayudó la aparición del bonus, me sale decir, de “Hay hombres que te quedan en la piel”, mi capítulo preferido, impecable para mi gusto.
La novela remata con una resolución clásica a la que no le caben muchas objeciones, tal vez, y ya en el campo de lo discutible conforme a gustos, sólo ciertos preanunciamientos un par de capítulos antes del final. No obstante, esos preanunciamientos tienen motivos de elogio por otro wing, ya que se hacen con un muy buen recurso, primero porque es el único salto temporal, y segundo porque es a través de una carta en la que Zina, pese al uso tan frecuente de las cartas en la literatura, se atreve y consigue originalidad.
Conclusión: la “Chica Halcón”, así le dicen a Caro en algunos ámbitos, hace pasar un buen rato.

jueves, 27 de octubre de 2011

La historia del amor, de Nicole Krauss


Una novela bien escrita que merece ser leída sin los prejuicios que podrían surgir a partir del título, de ciertas sospechas de que los norteamericanos quisieron encumbrar a la Krauss de prepo y de las reseñas que adelantan momentos demasiados “sensibles”. Cierto que tiene partes que rozan, e incluso momentos que caen en lo hollywoodense (de hecho, hace 5 o 6 años, cuando la novela se publicó, la Warner compró los derechos para hacer la película, aunque no encontré información de que finalmente la hayan hecho) pero lo mismo sale airosa, creo que principalmente, porque personajes bien construidos de entrada, resisten, se sostienen, mucho mejor si les toca navegar en medio de episodios vidriosos.
En la trama,“La historia del amor” es el nombre de una novela que entrelaza la vida de los personajes, básicamente de los dos principales, un anciano polaco que huyó del holocausto y una quinceañera huérfana de padre, empeñada en conseguirle nuevo marido a la mamá (la nena se llama Alma, y así la bautizaron sus padres porque Alma era el nombre de la protagonista de “La historia del amor”). La autora organizó la novela en bloques, la mayoría en la primera persona del viejo o de la adolescente, los de ésta en formato diario o carta, así que visual y rápidamente se los identifica, aunque de sobra, porque una de las cosas más elogiables de la Krauss en esta novela, es la habilidad para acertar en los registros, y los tonos, propios de cada personaje, siendo que son tan distintos entre sí, y atención, no lo digo sólo porque de los protagónicos uno es un hombre octogenario y el otro una chica muy joven, sino también porque la autora los imaginó muy singulares y tuvo habilidad para plasmar esa singularidad.
Otro recurso que me gustó, y mucho, es que Krauss intercala capítulos de la novela como si fueran transcripciones de la misma; no son muchos, pero es suficiente para darle al texto una estructura anidada y, lo principal, enriquecerlo con las partes más sutiles y reflexivas de la novela.
También valoro que Krauss no se haya ensañado con la cuestión de la guerra, y más que de la guerra del genocidio judío, sino que ella consigue emotividad con otros recursos argumentales, la mayoría más simples y ligados con otros asuntos de la naturaleza humana, sus dolores y sus alegrías, aunque siendo que el holocausto es fundamento argumental para muchas de las cosas más trascendentes de la trama, supo desarrollar lo sustancial sin morbo y sin apelaciones a caminos demasiado transitados.
Si me pongo muy purista, le quitaría algunas escenas y desarrollaría más otras, vería de que fuera menos intrincada para aventar riesgos de inverosimilitud, y bajaría un cambio en el final, para mi gusto y volviendo al principio, lo más Hollywood de la novela, pero nada bastante para dejarla pasar.

viernes, 21 de octubre de 2011

"Emilio, los chistes y la muerte", de Fabio Morábito


Conocía a Morábito por sus cuentos (Grieta de Fatiga y La Lenta Furia), esta es la primera novela que le leo (no se conseguía, gracias Myriam por el esfuerzo) e igual que en los cuentos, sobresalen enseguida dos cuestiones: la fluidez de la prosa (y su sencillez, aún para decir cosas para nada sencillas) y la habilidad para que a poco de transcurrir el relato, uno se cree y acepta todo, aún lo poco razonable y/o verosímil.
Así es el universo Morábito, los personajes “son” y lo que pasa “es”. Y en esta novela, Emilio, 12 años, hijo de padres separados, es un chico rarísimo, pero su rareza no tiene nada de ordinario, muy por el contrario, los síntomas, los ribetes, siempre sorprenden y siempre están diciendo algo más allá del texto, incluso en los detalles absolutamente accesorios, como por ejemplo sus pensamientos cuando se concentra en la observación de una fila de hormigas. Eurídice, la coprotagonista, es una cuarentona que vive sola y ha perdido a un hijo de la edad de Emilio, ¡y se encuentran en un cementerio!, sí, el escenario principal es un cementerio, al que Emilio va todos los días a cazar chistes y a memorizar nombres de muertos, ¿ven?, dicho así parece un reverendo bolazo, bueno, nada de bolazo, montado en ese absurdo sólo aparente si se lo piensa en términos de su funcionalidad a la trama, Morábito teje una historia notable, desprende un haz de situaciones muy provocadoras, que nos llevan a cada rato a lugares muy reflexivos acerca de la naturaleza humana, e inclusive —este al menos fue mi caso— a lugares propios e íntimos.
Morábito hace todo con sutileza, o casi todo, porque las excepciones que elige son las necesarias para crear un fuerte contraste, romper un ritmo, hacer sonar una alarma, como cuando Eurídice se desnuda para orinar entre un yuyal del cementerio, y después vuelve a lo sutil, pero el efecto buscado ya se instaló y el perfume con el que se sigue leyendo ya no puede dejar de olerse.
Accesorios a los dos protagonistas, hay un abanico de personajes, todos imprescindibles, todos muy bien delineados y todos tan borders como Emilio y Eurídice, entre otros la madre y el padre de Emilio, el policía que custodia la puerta del cementerio, un fulanito que acomoda las flores en los nichos, un monaguillo en los entierros, notables, y a cuento del monaguillo una curiosidad, Morábito se copia a sí mismo del cuento “Hormigas” que está en “Grieta de Fatiga” ( o al revés, no sé).
Tal vez, a riesgo de pecar de atrevido, el único defecto que le encuentro es que el desenlace no está a la altura de una construcción tan buena, ojo, no digo que es malo, nada más que decepcionó un poco mis expectativas de final.
Para terminar: “Esta es la historia de la relación entre un niño de 12 años que tiene un exceso de memoria y una mujer de 40 quisiera olvidarlo todo”. Así arranca la reseña en la contratapa del libro y es un resumen excelente, pero que apenas se asoma a la densidad que tiene la novela.

jueves, 20 de octubre de 2011

Kryptonita, de Leonardo Oyola


Cuando Oyola habla de su literatura, apela muchas veces a la expresión “prontuario”, y confirmo en esta segunda novela que le leí, la sensación de una fuerte presencia de prontuario, lo que en sí mismo no es la gran cosa ni una originalidad, todos los que escriben chorean de su prontuario, vaya novedad, pero lo que distingue a Oyola es como empilcha y maquilla, como hace para convertir una anécdota en una ficha completa de personaje o un nudo argumental bien instalado y bien resuelto, porque a ver, ¿cuántas Lady Di inspiradoras habrá visto Oyola?, ¿cuántas Lady Di hemos conocido tod@s?, pero sin embargo, la Lady Di de Kriptonita es sólida, única y amorosa como ninguna de las que conocimos e imaginamos, sus parlamentos son los más emotivos de toda la novela, se me ocurre que por eso, en el capítulo de Carozo y Narizota, aunque lo cuenta Fede, Oyola precisa partes en la que Fede le cede la palabra a Lady Di.

De todas maneras, yo pienso que no hay novela que pueda escribirse sólo con el prontuario, por más buen maquillador y vestuarista que sea el escritor, así que ahí viene la imprescindible parte de buen imaginador, y para muestra alcanza y sobra con Nafta Súper, el que aporta la cuota de fantástico (pero ojo, no cualquier cuota sino Súperman en el Gran Buenos Aires oscuro), el protagonista mudo de Kryptonita, otra cosa interesante, el protagonista no habla nunca y sin embargo, termina la historia y es el más completo y acabado de todos los personajes, conocido exclusivamente a través de la voz del resto.

Mucho más no tengo, ya se ha dicho mucho de Kryptonita y no lo quiero repetir, me queda nomás el deslizar del texto, en dos o tres sentidos lo menciono, porque hay un primer deslizar en el hecho del arranque con una predominancia del médico “nochero” (yo me desayuné con qué es un “nochero” leyendo la novela) para ir “deslizando” esa predominancia hacia Nafta Súper y su banda de manera paulatina, casi imperceptible, y de todas formas permanece el relato en la primera persona del “nochero”·; hay otro deslizar en los diferentes registros narrativos, porque si bien hay trompicones entre capítulos, incluso dentro de un mismo capítulo, no le hacen mal a la trama, al contrario, “deslizan” de un modo que justamente son a favor de la trama (a propósito de la cuestión registro narrativo, hay una entrevista en El Litoral de Santa Fe, http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2011/10/08/arteyletras/ARTE-02.html, yo la subí a Facebook hace unos días, muy interesante lo que Oyola dice acerca de sus registros); y lo rítmico, cierto que al lector seguro lo influencian varias referencias que contiene el texto, pero también es cierto que el relato tiene partes en las que a uno se le “deslizan” músicas en la cabeza.

Y grandísimos finales, sí, finales, porque son dos, el de la novela y el otro, “Vas a ser diferente mi chiquito…te amo mucho hijo mío”