viernes, 27 de febrero de 2009

La estructura de la desestructura

No hace mucho pregunté que qué era no ser estructurado y me respondieron: “hacer lo que se me da la gana”. Suena bien ¿no?, qué bárbaro, qué libre. Ahora bien, uno ve cada “desestructuralidades” que mamma mía, tipos y tipas que por ejemplo se largan a escribir (¡y publican!) como se les da la gana y así les sale, en algunos casos escribir desestructurado y escribir a la de Dios que te criaste es lo mismo, si hay alguna diferencia estriba sólo en una forma más elegante de decirlo, “hacer lo que se me da la gana” está lejísimos de significar no ser estructurado, “hacer lo que se me da la gana” siempre y siempre es de una deshonestidad muy jodida, no es lo mismo que romper estructuras una vez que uno demostró capacidad de construirlas, no es lo mismo el matiz, o inclusive el estilo, descontracturado, que la ausencia de la más mínima puta voluntad de hacer una introspección honesta y echarse una mirada de evaluación para ver con franqueza qué es lo que está bien y qué es lo que está mal, pero naturalmente, esto último no suena tan lindo al lado de “hacer lo que se me da la gana”, sobre todo si en el devenir se reciben elogios superficiales (o incluso interesados) de gente que, sea porque no le afecta de manera alguna, sea porque el “desestructurado” le importa menos que el resultado de la quiniela en Sri Lanka, le chupa un huevo andar deslizándole alguna crítica al boludo feliz de su “libertad”. En síntesis, la presunta desestructura es abrazada de tal manera fundamentalista (y cómoda) que se transforma en una estructura, en la estructura de escribir como el orto.
Ángel, mi amigo hincha de Independiente, me refiere un episodio de finales de la década del 50 (tiempo en que los equipos se plantaban en la cancha en una homogénea hiperestructura) referido a la llegada a Independiente de Jim Lopes como director técnico (un entrenador caro a mis recuerdos, ya que también fue el técnico de Colón en el Nacional del 68, un cuadrazo con Orlando Medina, Tardivo y Colman en el mediocampo, le rompimos el culo en el Cementerio a los putos de Racing y los mandamos a jugar el triangular final con Vélez y River, el de Nimo y la mano de Gallo). La cuestión es que aquel año en Independiente, Jim Lopes retrasa a los dos wines a su propio campo para que reciban juego directamente de la defensa, saca al centroforward del medio del ataque y lo ubica tirado a la izquierda, y posiciona al 8 treinta metros más adelante respecto a la estructura convencional de entonces. A lo largo de las primeras fechas, los marcadores de punta contrarios se iban atrás de los wines y desguarnecían los laterales de su defensa, que eran ocupados en entera libertad por el 8 y el 9 fuera de sus posiciones estructuradas. Esta “desestructuración” de posiciones, tan simple como efectiva, le redituó a Independiente y a Jim Lopes una parva de goles a favor, pero fue así porque Jim Lopes sabía de estructura, no fue un reparto a la bartola de ubicaciones y roles en el campo de juego. Después la cagó, los técnicos de los equipos rivales se avivaron y empezaron a tomar medidas para contrarrestar el novedoso esquema, Jim Lopes se emperró en sostener el suyo y, otra vez, la desestructura falta de matices y reflexión sincera y trabajosa, se hizo estructura negativa.
Pietro Sorba, un conocido periodista enogastronómico, declaró hace poco estar arrepentido de haber contribuido a crear el monstruo de la comida fashion, fusión, gourmet, nouvelle cuisine, conceptuales y varios etcéteras más que permiten (y de acá en adelante le saco la palabra a Pietro Sorba y la tomo yo) bajo el paraguas de la desestructuración, enmascarar (y endiosar) a una sarta de chantas lamentables que antes de tocar una olla, tan desestructurados, tan libres ellos, debieron haber tenido la honestidad de hacer unos buenos pucheros, guisos de mondongo o sesos a la romana. De nuevo, con las muchas excepciones que hay y respeto, la desestructura del vale todo y el hacer lo que se me da la gana, es en este caso la estructura de un chantún sin conciencia ni culpa.
Podría seguir con otros campos, pero entre que no forman parte del espectro de mi interés y que este post se haría demasiado largo (y estructurado), les dejo a ustedes para que aporten en caso de estar de acuerdo. No obstante me parece suficiente para mostrar que, como muchas otras variables, la función estructura se aproxima a la de una circunferencia, es decir, en el confín de la desestructura uno se encuentra con el inicio de la estructura, aunque, por tratarse de una función continua, una carrada de desestructurados, cuando estuvieron en el 0° rajaron para la izquierda y, sin solución de continuidad, se pararon en el 360° sin recorrer por el 45, el 90, el 180, el 270 e intermedios, de manera que no tuvieron más chance que la de transformarse en los mayores estructurados, verdaderos adalides de la estructura que tanto denigran: la estructura de la desestructura.
Es en la literatura, es en el fútbol, es en la cocina…es en la vida, también es en la vida. Así que che, desestructuremos un poquito la no-estructura, un poquito, no es cuestión tampoco de que se pasen de rosca, sólo es cuestión de tratar de ser mejor gente.

viernes, 20 de febrero de 2009

El moco

Llueve y encima ando melancólico, tenía ganas de postear algo y no se me ocurría qué, "El moco" es el primer cuento mío que salió publicado en algún lado (Abrapalabra, Centro Cultural Tato Bores, Noviembre de 1998) . Lo toquetearía, pero mejor no.

"Desde chiquito le gustaba hurgarse la nariz. Gutiérrez disfrutaba conseguir esos mocos consistentes y voluminosos, ni muy secos ni muy húmedos, con una forma, textura y tamaño tal, que permitían extraerlos con facilidad. Se decepcionaba cuando sólo lograba una pasta húmeda y pegajosa, o también si el producido eran nada más que minúsculas partículas secas y endurecidas.
A menudo era sorprendido en público por miradas de asco, porque le resultaba imposible reprimirse aún en las situaciones más inoportunas y, una vez lanzado a la captura, no podía detener sus indisimulables maniobras.
Una vez retenido entre los dedos, le complacía amasarlo suavemente hasta aglutinarlo en una bolita blanda, de color pardo o verdusco. Cuando la consideraba a punto, la dejaba sobre la yema del pulgar y la lanzaba al aire con el impulso de la uña del dedo índice o el mayor. Después, frotaba enérgicamente los dedos para desprenderme de esos oscuros hilitos residuales que se le quedaban pegoteados.
A veces el bollito estaba todavía demasiado viscoso; entonces no se desprendía y quedaba adherido obstinadamente a la uña. En esos casos, pacientemente lo deslizaba una y otra vez por la punta de los dedos, intercalando de vez en cuando nuevos intentos para despedirlo. Solía ocurrir que la tarea se veía interrumpida por alguna circunstancia imprevista, como tener que dar la mano, recibir un vuelto o desabrocharse la bragueta, casos en los que no tenía más remedio que buscar rápidamente un oculto lugar cercano donde restregar la mano para desembarazarse de la tibia bolita.
No obstante, siempre registraba maniáticamente su destino. Por eso, después de haber limpiado prolijamente las huellas y montado una perfecta escena, todavía no se explica donde dejó el moco con el que analizaron su ADN y descubrieron que lo del gerente no había sido suicidio."