Una novela a la que me costó un poco de trabajo “entrarle”, pero una vez que lo conseguí (no más de unas páginas), el clima que consigue (y sostiene) Martini es buenísimo. Además del protagonista (Balbi, un interno de esa colonia que no se sabe bien, y no importa, qué clase de instituto de salud es) se despliega un mosaico de personajes enigmáticos, oscuros, intensos, no hay uno solo que no interese, no hay uno solo que no diga, en algún momento de la trama, algo que no merezca pararse en la lectura y ponerse a pensar o, al menos, a paladear. Tendría parvas de esos ejemplos pero me quedo con uno de los últimos (y seguro que no por mejor sino por más fresco): “…las cosas suceden cuando suceden, y cuando terminan lo que queda es esa baba estúpida, débil y sucia que llamamos recuerdo. El recuerdo no es real. El recuerdo es lo que inventamos para convencernos de que un sentimiento, a veces, existió…”.
La novela entonces se disfruta por partida doble, ya que con mucho manejo Martini escribe una historia salpicada de varios episodios intensos que vienen a sacudir ese clima prevalentemente sórdido, triste y enfermo, y a la vez, la galería de seres que protagonizan esos episodios y habitan ese clima y la geografía tan bien descripta de “la colonia” y su entorno, son, en su extrema particularidad, tanques de una notable solidez.
Finalmente, Martini tiene un oficio, una voz, un registro al que no hay con que darle, y casi siempre acierta con el cómo cada quién (narrador incluido) tiene que decir cada cosa. Tal vez se me desacomodó un poco solamente en una parte en la que Balbi entra en unos devaneos acerca de la ideología política de él y de su padre, que a mí me vino sobrando. Y también me provocó alguna duda la puntuación en la prosa (es bastante especial, a veces, en medio de una lectura casi siempre fluida, me obligó a detenerme y releer, como si faltaran comas en algunos párrafos, aunque finalmente termina funcionando) y cierta elección de la cantidad y calidad de adjetivos. En cambio me pareció muy interesante, muy propio del “retorcimiento” de los personajes, vueltas sobre cuestiones intrascendentes para el común de la gente (por ejemplo, en boca del celador: "El hombre que llegó el lunes a la Colonia está sentado en una silla, frente a una mesa, y escribe en un cuaderno con una lapicera. El celador sabe que hay gente que piensa que una lapicera es una pluma estilográfica. El celador reconoce, en su fuero interno, que el sentido de la palabra se le escapa. Pero no quiere hablar de estas cosas con su jefe” ).
En fin, prácticamente ningún pero, al punto de que (ya me había pasado cuando leí Puerto Apache) cuando entré al blog de Juan Martini reprimí con energía clikear la pestaña “Taller literario”: por más adicto que sea, no puedo hacer cuatro talleres en el 2010.
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