Nos gustaba el telo ese de la calle Sarandí. Íbamos desde que nos conocimos. Barato, limpio y discreto. Lo habían montado en una casa chorizo. Una vuelta se nos metió un tipo por la puerta de la pieza de al lado. Estaba en pelotas. Yo no. Grace sí porque después del polvo quiso pegarse una ducha. ¿Me permite?, dijo el tipo. ¿Estás en pedo?, le respondí. Agarró una lámpara y me pegó un lamparazo. Grace me contestó, más tarde, ya en la calle: ¿te creés que soy una puta?, ¿cómo vas a preguntarme si me gustó?
Demoramos una semana en volver. Le pedí a Grace que no se bañara. Pero ella se viste despacio. Esta vez el tipo ya tenía la lámpara en la mano cuando entró. Y yo todavía tenía la cabeza vendada, ¿qué podía hacer? Te gustó guacha, no vas a decirme que no. No me dijo que no.
Bicho, volvamos enseguida así lo exorcizamos, me dijo Grace al otro día. Fuimos. Nada de preámbulos, enseguida a los bifes. Cuando el tipo entró, nos agarró todavía en la cama, desnudos los dos. Correte che, me pidió. De buen modo. A la salida no comentamos nada.
La siguiente fue a los tres días. Lo esperamos vestidos, sin hacer nada. ¿Y?. dijo, no tengo toda la noche. Volvió a la media hora. Estuvo considerado. Me parece que es buena gente.
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