domingo, 2 de mayo de 2010

Nueve cuentos (Sallinger)


Un cuentista grandísimo. Y una cosa que aparece enseguida, y lo que más me gustó en los “Nueve cuentos” es la gala que hace del “narrar callando”, esta habilidad, o mejor decir talento, que hace subir una enormidad a una narración (“narrar callando” se lo escuché a Incardona en “La imaginación de lo común” y es una cita de un artículo de Vargas Llosa sobre Onetti, que dice textual: “Habla del dato escondido para denominar el escamoteo o el narrar callando, narrar por omisión, ese procedimiento que consiste en silenciar una parte explícita de la historia para así provocar la ambigüedad o la conjetura del lector”).

Otra notable es que la edición original es de 1948 y en ningún momento la prosa, el registro, suenan a sesenta años de viejo, de hecho, sólo en algunos aspectos escenográficos, detalles de vestimenta, eventos históricos y cuestiones por el estilo, se nota la época, con lo cual, lo medular de lo que cada cuento dice, se puede paladear instalándolo ahora si uno quisiera.

Sólo no me gustó tanto el octavo cuento, “Teddy”, excesiva precocidad del niño protagonista (no digo que no pueda existir un chico así, lo que digo es que para mi gusto eso no le hizo bien al cuento) y, además, el único de los nueve cuentos donde entrega demasiada masticada la filosofía, la ironía o la burla. Todo lo contrario a Esmé, la nena de “Para Esmé, con amor y sordidez”, donde la hace caminar al borde de la credibilidad y nunca se le cae, y es un soporte de fierro para lo que a mi cabeza le pareció el mejor cuento de los nueve.

De todos los cuentos me dan ganas de decir algo pero acá no da, así que termino con el segundo, “El tío Wiggily en Connecticut”, por ahí el mejor ejemplo de lo de “narrar callando” pero, sobre todo, el que tiene los personajes más intensos y que mejor se ven a través de las aparentes intrascendencias, frivolidades y desaprensiones.

Finalmente, yo lo leí de la edición 2008 de Edhasa, la misma editorial de la que leí “El guardián en el centeno”, donde me fastidió la traducción plagada de gallegadas; en este caso la traducción no tiene ese defecto, al contrario, es un neutro con el que uno no se dispersa por culpa de vocablos ajenos a nuestro hablar.

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