Viene de Historias de viaje: tres mujeres venezolanas, Parte 2: Luisa de Arismendi, la esposa de prócer que capaz se merece el bronce más que el marido
En la historia de María Guevara se juntan verdad y leyenda, y todo lo que sigue es lo que me contaron guías, pescadores, empleados de hotel, vendedores de perlas, todos lugareños mucho mejor informados que google, y un pelícano charlatán que me habló mientras, desparramado en una reposera mirando el atardecer, me tomaba unas copitas de ron Santa Teresa, un milagro que a uno le hace creer en la existencia de Dios.
María, nacida a principios de 1800, fue la hija bastarda de una indígena y un soldado español. Algunos dicen que fue una violación, pero la mayoría que la mamá de María se enamoró del soldado, al punto que traicionó a su tribu y ayudó al regimiento del soldado en un ataque que una noche devastó a su gente. La mujer fue repudiada y expulsada por los suyos, pero el cacique se compadeció de María y aceptó que se quedara para ser criada por las mujeres indígenas.
Entre los 14 y los 17 años, acá los datos no se ponen de acuerdo, María, tras haber sido testigo de una sarta de crueldades de los españoles con los indígenas, después de putear hasta el cansancio a los de su tribu por falta de rebeldía, los abandona y se va a buscar a los revolucionarios de la independencia, que primero la aceptan sólo para actividades de apoyo propias de mujeres, pero demoran una nada en sacarle la ficha y darse cuenta de que no es cualquier mujer, y la mestiza acaba marchando con los hombres a la batalla, donde es más corajuda que varios de los tipos y se carga a unos cuantos.
Aplacados esos años, no encontrando nada que la hiciera sentir en “su” lugar, decide volver a su vieja tribu. María se encuentra con indígenas recelosos que le reprochan su condición de mestiza y le hacen el vacío, ella lo aguanta con la mayor dignidad que puede, hasta que le piden irse. Acá las versiones divergen, pero siendo María tan difícil de arrear, resulta creíble que en realidad la rajaron después de una discusión con el chamán, que ella dio por terminada partiéndole el marote.
Con más o menos 25 años se fue a vivir con unos pescadores de por ahí cerca, a Laguna de Raya, un pueblito con puerto. Entre las habilidades que María había desarrollado entre los indígenas, destacaba la cancha para pescar con prácticas nativas y, desde que María llegó al pueblito de pescadores, las canastas empezaron a llenarse el doble que antes, habiendo influido no solamente la técnica sino también que los pescadores eran bastante vagos y desbolados, y María, respetada entre los tipos pese a ser mina y encima una medio india salvaje expulsada de la tribu, los disciplinó y organizó para que laburasen como la gente. Algunos dicen que las mujeres de los pescadores le agarraron inquina, pero no debe ser cierto porque si no las viejas no hubieran colaborado con ella para ir más allá con la cuestión de la pesca, y armar un sistema de comercialización elemental, pero que sirvió para recortarle bastante las alas a los que se aprovechaban de la ingenuidad de los pobladores de Laguna de Raya.
Pero a María la sangre le hervía, se ve que tenía espinas clavadas y necesitaba sacárselas. Ni bien pudo se fue a Caracas, donde sobrevive, se educa y relaciona como puede, hasta llegar a sentar las bases de lo que en el futuro serían asociaciones defensoras de los derechos de la mujer, el indígena y el mestizo.
La historia después se diluye, sólo se sabe que volvió a Laguna de Raya donde muere como a los 65 años. La mayoría de los relatos, incluido el del pelícano, pasan a contar que María había heredado de su madre indígena la belleza nativa y unas caderas prodigiosas, pero del padre español unos pechos tabla que, no eran tiempos de siliconas, siempre la entristecieron. Así que cuando María murió, los pescadores y los mestizos le regalaron un hermosísimo par de tetas, bautizando como “Las tetas de María” a los cerros gemelos de la foto.
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