Supe de este tipo por una entrevista que le hizo Oliverio Coelho a cuento de “Emilio, los chistes y la muerte”, una novela que nomás saber algo del argumento, enseguida tuve ganas de leer pero todavía no la pude conseguir. Ahora, después de leer los 15 cuentos de “Grieta de fatiga” (gracias Carina), las ganas se han multiplicado, porque la prosa de Morábito es una vaselina de tanta fluidez y ojo, que este valor es de mérito porque ninguno de los 15 cuentos pueden considerarse objetivamente fáciles, así que, colofón, escribir fácil es difícil.
No es lo único y ni siquiera lo principal. Todos los cuentos están plagados de complejidades de la naturaleza humana, que se perciben y provocan sin necesidad de que el autor las haga explícitas, muy por el contrario, emergen con toda claridad de una escritura sutil, o al menos alejada de lo directo, en fin, puro arte literario como yo lo concibo y me gusta. “El tenis de los viernes”, el 6° cuento, es para mí emblemático en este sentido.
No es lo único y ni siquiera lo principal. Todos los cuentos están plagados de complejidades de la naturaleza humana, que se perciben y provocan sin necesidad de que el autor las haga explícitas, muy por el contrario, emergen con toda claridad de una escritura sutil, o al menos alejada de lo directo, en fin, puro arte literario como yo lo concibo y me gusta. “El tenis de los viernes”, el 6° cuento, es para mí emblemático en este sentido.
Pienso que ninguno de los inicios de cuento puede considerarse atrapador, pero todos desatan intriga, no esa clase de intriga ligada con el suspenso o el secreto a develar, sino más bien una cosa como de ¿a dónde me quiere llevar este tipo? Y uno quiere ir.
Los menos de los finales son cerrados, y estuvo bien cuando Morábito eligió terminarlos así (“El gesto”, por ejemplo); la mayoría de los cuentos (y también estuvo bien) siguen más allá del punto final o, como en “Huellas”, es uno el que se queda queriendo cerrar el cuento.
En “Huellas” justamente, me quiero detener un poquito. Es el primero de los cuentos y el que más me gustó de una antología en la que cuesta elegir un favorito (bueno, no hace falta). “Huellas” es una montaña rusa, en menos de seis páginas la cabeza del protagonista pone al lector en alternativos estados de intensidad, tensión y, digamos, desinfle, con una consistencia de tanque blindado. “Armaduras”, el 14°, también me parece especialmente recomendable, cerrado tras una comedia graciosísima con un final de efecto; creo que en este cuento es donde más se arriesga Morábito y le salió fenómeno.
Bueno, nada más para lo que da este espacio. Para terminar sólo un obvio llamado a la solidaridad: ¿a quién le compro “Emilio, los chistes y la muerte”?, o ¿quién me lo presta?, ¿o me lo regala? (jé), o ¿a quién se lo puedo robar?
Los menos de los finales son cerrados, y estuvo bien cuando Morábito eligió terminarlos así (“El gesto”, por ejemplo); la mayoría de los cuentos (y también estuvo bien) siguen más allá del punto final o, como en “Huellas”, es uno el que se queda queriendo cerrar el cuento.
En “Huellas” justamente, me quiero detener un poquito. Es el primero de los cuentos y el que más me gustó de una antología en la que cuesta elegir un favorito (bueno, no hace falta). “Huellas” es una montaña rusa, en menos de seis páginas la cabeza del protagonista pone al lector en alternativos estados de intensidad, tensión y, digamos, desinfle, con una consistencia de tanque blindado. “Armaduras”, el 14°, también me parece especialmente recomendable, cerrado tras una comedia graciosísima con un final de efecto; creo que en este cuento es donde más se arriesga Morábito y le salió fenómeno.
Bueno, nada más para lo que da este espacio. Para terminar sólo un obvio llamado a la solidaridad: ¿a quién le compro “Emilio, los chistes y la muerte”?, o ¿quién me lo presta?, ¿o me lo regala? (jé), o ¿a quién se lo puedo robar?
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